"Muy bien. Ahora, por favor, lee esto en voz alta. Leedlo todos en voz alta, las veces que haga falta, como si fuera un mantra. Tu también Antonia. Las cosas no dependen de nosotros ni de nuestros temores ni de nuestras certezas. Sentir miedo es normal. Y es normal sentir ese dolor del que hablas. Se llama angustia. Y cuando estamos ahí arriba, convencidos de que nuestros seres queridos van a superar su enfermedad, nuestro convencimiento no va a curarlos. Y cuando estamos aquí abajo, Antonio, Laura, cuando estamos tan hundidos que nos duele la piel, cuando sólo queremos llorar, nuestra tristeza no es el aviso de que algo malo va a ocurrir. Sólo es eso: tristeza, miedo.Sólo somos hombres y mujeres que sufrimos y vemos sufrir a quienes más amamos. Sólo somos seres humanos, podemos tener un momento de debilidad"
Es un fragmento de un libro que me cogí el otro día. Así, por casualidad. Me llamó la atención el título y la portada. Sabía que la historia iba sobre una mujer que perdía a su marido pero, no creí que fuese por un cáncer. Imaginé que sería un accidente fortuito o alguna cosa de estas que pasa en un segundo y te parte la vida en dos pero..me equivoqué. Tampoco es que haya leído mucho, pero me gusta porque siento lo que ella siente, quizás porque el cáncer me toque demasiado de cerca y forme parte inevitable de mi historia familiar y vital. Yo también he estado en ese punto. Paralizada por el miedo y por el dolor. Desperdicié muchos momentos sufriendo por anticipado. Lo que tenga que ser será y de sufrir, llorar y patalear por desgracia; siempre hay tiempo. Prohibido anticipar catástrofes. Os lo dice una que es muy de eso y os garantizo que no me ha servido de nada. El miedo del cuerpo no te lo quita nadie, con cada prueba, con cada molestia que se prolonga más de lo necesario, sientes que el miedo es más parte de ti que tu piel. Pero es así, es una reacción natural. Lo extraño sería no sentir esa angustia. Nadie quiere perder a alguien que ama, eso lo sabe cualquiera pero tampoco nadie debe sufrir por incógnitas.
Cuando operaron a mi madre y vi la cara del doctor supe que la cosa no iba bien. No entendí gran cosa, a pesar de ser enfermera, Me quedé con que lo suyo era un caso complicado y no nos daban garantías de nada. A partir de ahí bloqueo mental, me abracé a mi tía mientras lloraba desconsoladamente. Aquel rato que estuvimos en aquella sala se me hizo eterno, sentía el eco de las palabras del médico y solo pensaba en salir corriendo, en que se callase de una maldita vez. Aunque, ni siquiera sabía lo que decía. Sólo se que no me gustaba y quería irme, ser sorda para no escuchar una verdad que dolía demasiado. Creo que estuve llorando en la sala de espera bastante tiempo. Intentando secar mis lágrimas y escupir mis miedos antes de que nos dejasen verla. Hablé con mucha gente, no sé ni lo que dije ni lo que hice. Sólo sé que tiré la toalla sin luchar. Que la batalla estaba empezando y yo ya quería ondear la bandera blanca y rendirme. Creí que me había equivocado, que por tener esperanzas en que lo suyo sería algo sin importancia y no sería tan malo estaba como me encontraba en ese momento. Y decidí no darme ni un segundo más de esperanza. Opté por llevarlo todo a lo negro, como suelo hacer con mi vida en general. Así, cuando me dieran el golpe de gracia yo ya estaría mentalmente preparada. Y eso sólo sirvió para hacer y hacerme daño. Al principio iba con ella a la quimioterapia y a las consultas pero cada día me hacía más y más pequeñita. Me hice un ovillo de lana y no quise volver a saber nada del tema. Como sino subiendo yo las noticias fueran a ser mejores. No podía esperar en aquella sala y pensar que ella estaba conectada a una máquina. Me daba una sensación de que era frágil, de que era vulnerable como el resto y me daba miedo. Como siempre ha sido tan fuerte verla enferma me dejó en shock. Esa posibilidad no entraba en mis planes. Y cada prueba, cada analítica, era una tortura para mi. Sufría antes, durante y después. No podía ni dormir. Sólo angustiarme y estudiar como iba a actuar si los resultados no eran los esperados. Y cada cumpleaños, cada navidad, sufría pensando que igual era el último que ella estaba conmigo. Pasé su enfermedad sufriendo en vez de disfrutando de ella. Me amargué y amargué a los que me querían, me comporté como una loca, pero, es que es así como estaba, desquiciada por la idea de pensar que ella se podía ir de mi lado. Y un día, de repente me dije: ¡Basta! Disfruta de ella, del tiempo que te quede, que eso no lo sabe nadie. Si hay que llorar se llora pero cuando toque. Y yo reconozco que ella ha sido muy valiente, que nunca le vi una mala cara, que siempre afrontó todo como si no pasase nada ( incluso cuando se le calló el pelo) Y yo sentía que ella era fuerte por los dos y eso era injusto. Que yo tenía que ser fuerte por mi y dejarla a ella con lo suyo que no era poco. Pero no pude, me equivoqué. Y si volviera atrás lo cambiaría todo.
Señoras y señores vivan el día a día, tengan miedo y angustia pero que eso no sea nunca el motor que dirija su vida. No pierdan ni un segundo, ni una milésima pensando en posibilidades. Vivan los días al lado de esa persona que tanto quieren y que está enferma como si al día siguiente se fuese a acabar el mundo. Disfrutemos más y suframos menos o, en todo caso lo justo y necesario.
No hay comentarios:
Publicar un comentario