Hoy he leído algo que me ha hecho pensar. He vivido mi vida con miedo: al fracaso, a la opinión de los demás, a decir algo y no agradar, al ridículo, a comer y no poder parar. Creo que el miedo me ha paralizado muchas veces, ha sido el motor que ha movido mi vida y, en ocasiones la ha ralentizado.
Llevaba años queriendo ir a un gimnasio pero no me atrevía, por lo que pensarían al verme, o por ir a una clase y hacerlo todo mal. A finales del año pasado, me enteré de que una amiga iba a clases de aerobic y, en un arranque de valentía le dije que iría a probar. Hasta que llegó el día de la clase mi cabeza era un hervidero de ideas contradictorias: hoy decía que iba y mañana que no iba. Tampoco me voy a atribuir todo el mérito yo solita porque, mis amigas me empujaron bastante para que fuese y así salir del agobio que me suponía mi vida en general. El primer día que fui me sentí torpe, pero tampoco fue para tanto y a día de hoy no soy la mejor de la clase ni la más rítmica pero me da lo mismo. Derribé ese muro y ahora voy y me río de mi misma, me sirve como válvula de escape, me ayuda a no abandonarme cuando tengo ganas de hacerlo. Creo que, a día de hoy es de las mejores decisiones que he tomado. Y se qué tengo cientos de miedos que superar, cientos de retos a los que enfrentarme pero, he aprendido que a veces las cosas no son tan horribles como las pensamos. Para saber si somos capaces de hacer algo lo primero que hay que hacer es intentarlo y si no nos sale tan bien como esperamos pues tampoco pasa nada. De los errores también se aprende y mucho
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