"Ella se desliza y me atropella...ella que aparece y que se esconde, que se marcha y que se queda, que es pregunta y es repuesta que es mi oscuridad" Así reza una canción del gran Alejandro Sanz y con estas mismas palabras definiría yo lo que la comida hace conmigo, o más bien, lo que yo le dejo que haga ¿ Qué necesidad tengo de complicar lo sencillo ? ¿ por qué pinto problemas dónde no los hay ? ¿ por qué no quiero que nada ni nadie me devuelva el sano juicio ? ¿ por qué estoy mejor entre sus garras ? ¿ por qué vuelvo a caer una y otra vez ? ¿ por qué quiero tapar con comida mis emociones ? ¿ por qué intento tapar mis miedos a bases de bocados que no acaban nunca ? tal vez sea el camino fácil, tal vez me vaya la marcha, tal vez me encante vivir arrodilla, ser codependiente, mendigar amor, cultivar mi masoquismo, mi papel de víctima de la vida y de las circunstancias. No sé por qué lo hago pero todos los caminos me llevan a la comida. Ya sean buenos o malos. Siempre hay una excusa, un motivo triste o alegre para echar por tierra todo lo que he conseguido. Como si con comida pudiese tapar ese vacío, esa miedo a lo desconocido, al fracaso, a la soledad. Es como el que pone la mano en el fuego por primera vez y se la quema. ¿ Acaso la pondría una segunda vez? ¿ por qué si esto es así a mi me cuesta tanto desengancharme de los "placeres de la comida" ? Pues precisamente por eso, porque lo uso como un mecanismo de defensa, como una anestesia para no sentir las emociones, para no filtrarlas, para callarlas. Y al final, lo único que consigo es destapar la caja de los truenos, de la culpabilidad, del mañana empiezo y luego, ese mañana no llega nunca o sólo llega cuando el sobrepeso emocional y físico es demasiado. Después de cada atracón vienen los remordimientos, las ganas de más, el mono puro y duro, por chocante que resulte. Soy como una alcohólica, como un drogadicto sin su dosis. Y me cambia la cara, la manera de escribir, los gestos, se me llena la cabeza de obsesiones y mi voz suena más triste, más débil, más desesperada. Y me digo a mi misma que quiero salir, que quiero dejar de afrontar todo con comida pero en el fondo, sólo quiero seguir comiendo, no quiero pensar, no quiero sentir, sólo quiero que se acabe pero el fin no llega nunca. Porque cada vez es más y más difícil parar, a pesar de que se el daño que me hace, a pesar de que me lleve al rechazo absoluto de mi misma, a pesar del dolor tan grande que me produce sigo abriéndole las puertas de par en par, sigue dejando que me haga daño, que me destroce, que me pudra por dentro. Y es que, en esos momentos si pudiera mirar en mi interior, meter la cabeza como lo hacen las avestruces mi interior sería negro. Todo se vuelve una tragedia, hasta lo bueno. Y no disfruto de nada porque soy un saco de miedos, de inseguridades, una persona que no soy yo. No escucho, no tengo alerta los sentidos, es como si todo me rebotase, como si me llegase con eco, como si fuese una televisión en Stand by. Y sé a lo que me lleva, se los riesgos que conlleva y el dolor pero sigo cayendo en picado. Cada vez que hay un cambio en mi vida, cada vez que las cosas se ponen serias yo me voy por la puerta de atrás. Y cualquier emoción es más sana, menos dolorosa y más llevadera que una resaca alimentaria pero hay días en los que quiero hacerme daño, días en los que empiezo por un bocado y pierdo ya la cuenta y me da igual si llevo horas, meses o años así. Porque me rindo, tiro la toalla y sólo quiero sufrir, sólo quiero que cualquiera tome las riendas de mi vida porque yo no puedo, porque me veo acurrucada en una esquina, asustada y muerta de miedo, impotente y esclava de algo que es necesario para vivir pero que a mi me está matando.
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