martes, 2 de diciembre de 2014
DONDE El PERDÓN NO LLEGA
Suele pasar que, cuando no quieres dar a diana vas y clavas el dardo envenenado en el centro. Y de repente sientes el golpe, sientes el ruido que hacen los añicos de su corazón postrados ante tus pies y, por mucho que corras para evitar el desastre, para sacar ese dardo del centro de la diana, el final es inevitable. Como un terremoto, como la sacudida más bestial en la escala de Richter; ves como tu cuerpo sigue en pie, mientras tu alma esta allí postrada, intentando recomponer algo que tus labios y tu mala cabeza han destrozado. Y buscas desesperada la manera de enmedar, de arreglar tanto destrozo pero, la tristeza infinita de sus ojos te dice muda: YA ES DEMASIADO TARDE, NO HAY VUELTA ATRÁS. Y observas su postura, su incredulidad, sus emociones aceleradas y te sientes una terrorista sentimental, una kamikaze que se ha cargado la representación más hermosa del Teide sobre la tierra. Y su sufrimiento, los pedazos del volcán de su vida caen sobre tu conciencia como lava ardiendo. Y piensas que, mereces arder, que quieres quemarte, abrasarte en sus infiernos con él. Porque te has cargado sin paliativos un patrimonio de la humanidad, porque has desestabilizado algo que estaba inestable, a flor de piel. Y si pudieras harías magia y te destrozarías a ti, te pondrías en el centro de esa diana para que se te clavase,para que le dejase en paz, para no ver sus ojos verde esperanza, convertidos en desesperanza. Y le das vueltas y más vueltas a cómo alguien tan sensible como tú puede hacer tanto daño, puede en una milésima de segundo cargarse un corazón. Ese órgano que esta sincronizado con el tuyo, que volaba junto a ti: a tres metros sobre el Teide. Ese que tú has soltado con crueldad y en caída libre desde lo alto de la cima.
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