Y es en momentos, en días como hoy en los que comprendo que el personal sanitario y su actitud (amable o despota, sonriente o avinagrada, bromista o autista) influye mucho en el paciente y en su familia, ayuda a sentirte protegido y cuidado. Incluso con quien compartas alcoba en este hotel de todo incluido sin estrellas te da paz o todo lo contrario. Y si siempre me ha costado poco o nada ponerme del otro lado cuando llevo el uniforme puesto; desde que mi vida personal se unió también al mundo hospitalario cuando trabajo procuro ser una dicotomía: profesional y familiar. Procuro tratar como me gustaría que me tratasen, intento comprender el mundo de incertidumbres en el que nada el enfermo y su familia. Y es que la información es muy sencilla cuando eres sanitario, pero cuando el uniforme lo echas a lavar y pasas a ser persona a secas, sin tu categoría, sin tu identificación personal, te vuelves un completo analfabeto. Porque es ahí y solo ahí cuando eres todo sentimiento, cuando la razón pasa a ser una sin razón, cuando escuchas como oiría un sordo, y lloras o ries como lo haría un niño. Y es que, cuando alguien a quien quieres está ingresado, las casas lloran su ausencia y el corazón te late pidiendo con cada bombeo que todo salga bien, que le den el alta pronto porque, tu vida esta coja y tus ojos hiperactivos si, alguien a quien amas pasa sus noches en una cama de hospital.
martes, 25 de noviembre de 2014
HOSPITALES SIN UNIFORME
Odio los hospitales cuando voy sin uniforme, cuando dejo de ser sanitaria y paso al otro bando, a ese que me suena demasiado, a ese que muchas veces me hace estar a jornada completa, ese cuya retribución exclusiva es el cansancio, el miedo, la incertidumbre. Y es que de un tiempo a esta parte creo que podría ir por cada hospital con los ojos vendados. Una vez leí que dependiendo de las emociones que te provacase un sitio (negativas o positivas) recordabas de ese momento de manera más nítida la tristeza o la alegría. Y yo, cada vez que piso un hospital como hija, amiga, sobrina o nieta tengo cientos de flash-backs. De gente que pisó esos lugares, durmió en esas camas y ya no están, de salas de espera en las que me arrebataron la esperanza, la cordura, de camas en las que vi a los que amo desvalidos, desprotegidos, presos de malas noticias, de futuros inciertos, de complicaciones que aumentaban sus días de ingreso. Y me recuerdo interpretando papeles, quitando hierro a asuntos que me quitaron el sueño muchas veces. Imagino que mi cara tan expresiva, tan espejo de mi alma me delataría. Pero de puertas para adentro hay que ponerse la máscara y maquillar los miedos y las inseguridades. Por amor al que está en esa cama, por tranquilizarles lo más que puedas en su intranquilidad.
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