Cuando ayer me dijeron "Eres la primera comedora compulsiva que conozco" sentí una bofetada en el alma, me imaginé como un animal exótico y poco común en un zoo, como si la otra persona me mirase asombrada desde un cristal. Y por ganas le habría borrado la memoria para que olvidase que mi nombre va asociado a esa enfermedad. Pero luego vi que era un comentario hecho sin maldad, que nadie que no tenga una adición como la mía podrá entender ( aunque quiera) los sentimientos tan extremos que yo puedo experimentar, la importancia que le puedo dar a algo insignificante: los desiertos que puedo crear con un grano de arena. Y se me vino a la mente que seguro que conocía a más comedores compulsivos pero que puede que esas personas ni siquiera supiesen que lo son o se avergonzasen de exponer en el expediente de su vida ese borrón sin cuenta nueva. Y hay veces en las que pienso ¿ por qué la gente se toma tan "en serio" la anorexia o la bulimia y esto no? ¿ por qué lo mío es una adición de segunda? ¿por qué la sociedad lo ve como un vicio nacido por mi falta de voluntad? Pero bueno, hasta hace un año ni siquiera yo sabía de que iba esto, los abismos a los que llevaba, la cantidad de raíces emocionales que giraban en torno a este "trastorno del alma" así que, ni puedo, ni quiero, ni debo pretender que nadie entienda la ecuación tan compleja que engloba esta enfermedad. Y hay gente que se muere de esto, gente que esta tan destruida por algo tan necesario para vivir que, harta de tanto sufrimiento y tanto tribunal interno pone fin a su vida, gente que apagó la luz de su habitación, se cerró a la vida y se desangró el corazón con sus pensamientos hasta que dejó de latir.
Y es muy duro ver la vida con las gafas de la enfermedad. Ahora que ya me conozco noto que mi voz, mis gestos, mi forma de vestir, de sentir cambian por completo: y todo es gris aunque tenga el arco iris a dos palmos de mis ojos. Y no, no como esas cantidades desorbitadas de comida por vicio, lo hago porque el torbellino de emociones o el peso de la vida a veces puede conmigo y quiero anularme, parar la mente, acabar con ese desasosiego. Y detrás de ese bocado, ese por el que tantas veces me habéis dicho "por uno no pasa nada" viene el puto invierno, mi corazón está bajo cero, las puertas de mi alma, de todo lo bueno que soy están cerradas a cal y canto porque no tengo ni la fuerza, ni el valor, ni las ganas de enfrentarme con mi vida, con mi mente enferma, con mis malditas obsesiones centrifugadas a mil revoluciones. Y ya no quiero que nadie me entienda, o al menos no todo el tiempo. No tengo que dar razones ni motivos para que vean que mi adición es una mierda y que está socialmente aceptada porque la comida es necesaria para vivir y que por eso para mi es más dura que cualquier otra. Y los efectos secundarios no son tan inmediatos como los que provoca el alcohol, la droga o el juego pero los abismos son los mismos. Detrás de cada vicios@ con kilos de más que la gente ve por la calle hay historias muy duras: ligadas a faltas de afecto, a convivencias con otros adictos. Y si algo he aprendido con esta enfermedad es a no juzgar, es a empatizar y a comprender que las circunstancias que llevan a alguien por un determinado camino solo las conoce esa persona.
Y aborrezco los cambios de estación, de hora, las navidades, bodas, bautizos y comuniones porque para mi es como estar en medio de un conflicto armado: nunca sé si las balas me van a matar o si ese día y con un poco de suerte mi enemigo interno sacará la bandera blanca y me dará una tregua. Y todos los días rezo porque algún día deje de descontrolarme, me dejen de temblar las manos y se esfumen los miedos ante un plato de comida. Soy como un vampiro con la sangre pero lo mío si que es real: el olor de una comida, de algo que quiero y no debo probar me puede llevar al atracón, al comer sin sentido, sin apetito, sin saborear, sin discernir entre algo congelado o descongelado, en mal o buen estado y experimento una enajenación mental transitoria que me lleva a no ser capaz de esperar a que algo se caliente, a querer soltar el plato y meterlo en el microondas, en el horno o en la tostadora pero sentir que me muero si tengo que esperar unos minutos para engullirlo. Porque cuando estoy así no como: DEVORO. Y este relato no va para el mundo en general sino para los adictos en particular. Esos soldados que esta en mi batallón día a día, esos que entienden cada palabra que digo, esos "trastornados incomprendidos", esos que lloran y sangran con los testimonios de otros de su "especie". Por todos esos a los que leen este texto y se les eriza la piel, por esos a los que esta historia les suena demasiado, por todo esos que hoy tienen la nube gris encima y mi relato les parece una ofensa, por y para todo ellos hoy más que nunca mi HISTORIA ES SU HISTORIA.
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